Allá lo vi, tal como nos lo prometió, sentado en una inmensa roca a orillas del Arauca. Además de contemplar su paisaje preferido, meditaba acerca de la Revolución que desató a lo largo de la extensa geografía nacional. Se preguntaba sobre el futuro del proyecto socialista que cambió la historia del país. Sus cavilaciones fueron interrumpidas de repente por una figura femenina que se ubicó a su lado:
–Comandante – la voz de Lina Ron tronó en la sabana- usted le habló con la verdad al pueblo, sus palabras las cumplió con los hechos y nunca se vendió a los burgueses. Por eso tenga la seguridad de que la Revolución va a continuar.
Aún cuando siempre valora las opiniones de los demás, no se deja llevar por los primeros impulsos. La reflexión continúa. En eso estaba cuando llegó una voz que sustentó el criterio jurídico como base sólida de la Revolución.
–Comandante – Carlos Escarrá se sentó a su lado- no olvide usted que nuestra Revolución tiene un respaldo en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, la cual fue aprobada en referendo por el pueblo venezolano. A partir de ese momento se han aprobado numerosas leyes de índoles económicas, políticas y sociales que desarrollan los preceptos y garantías constitucionales. Jurídicamente la Revolución está blindada.
Suenan bien los argumentos que escucha, tienen rigor, aunque aún dejan espacio a las incertidumbres. Esta vez se presenta una voz no tan pasional, pero no por ello menos incisiva.
–Comandante – Nora Castañeda le habla casi en susurros- usted reivindicó el rol de la mujer en la sociedad venezolana, la ha puesto en una posición protagónica. Nos conminó a organizarnos, a luchar por nuestros derechos y por la igualdad de género. La Revolución nos pertenece por igual a las mujeres y a los hombres. Y en las manos de las mujeres la Revolución no se perderá.
En ese instante se bajó de la roca, anduvo unos pasos de lado a lado, denotaba inquietud al tiempo que entusiasmo. Topó entonces con un antiguo camarada de armas.
–Mi Comandante –el capitán Eliecer Otayza se dirigía a su superior- la Revolución es indetenible porque la reserva moral y ética que hay en nuestra Fuerza Armada Bolivariana así lo garantiza. Usted sembró en ella el principio de la unidad cívico-militar que nos ha permitido fortalecernos cada vez más. Los intentos para dividirla no han surtido efecto y muy por el contrario, la oficialidad acrecienta su compromiso con el proceso revolucionario.
Volvió a sentarse en la roca y oteó el horizonte. No tuvo tiempo de hacer ninguna reflexión, porque en menos de lo que canta un gallo estaba sentado a su lado el diputado Robert Serra.
–Comandante –las palabras salieron en metralleta- la Revolución es el futuro porque los jóvenes venezolanos entendimos que sin ella no tenemos mañana. La Revolución nos abrió las puertas a la educación, al deporte, a la cultura, al esparcimiento sano. Nos está abriendo oportunidades como nunca antes en la política, en la economía, en la ciencia. Los jóvenes tenemos la obligación de defender la Revolución.
Ya estaba a punto da darle cierre a su proceso reflexivo cuando de repente escuchó unas palabras con acento no perteneciente a la venezolanidad.
–Hugo –se permitió el tuteo el gran escritor uruguayo Eduardo Galeano- las revoluciones no se detienen. Imagínatelas que son como cuando lanzas una piedra a este rio y causas una onda expansiva que se amplía cada vez más. Así son las revoluciones.
La neblina de la otra orilla del rio comenzó a disiparse, al mismo tiempo que se escuchaba una algarabía que él confundió por un momento con los cantos de los alcaravanes y las paraulatas. Se dio cuenta que no eran aves. Comenzó a percibir rostros, gente, pueblo. Gritaban y cantaban consignas. Escuchaba un número: 61. Luego un nombre: Hugo. Después un apellido: Chávez. Festejaban su cumpleaños. Y allí estaban también los dirigentes de la revolución, entre ellos el presidente Nicolás Maduro y el presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello. Allí lo vi junto a su pueblo.
Autor: Dr. Alfredo Palacios Marte
27-07-2015